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TRISTES TÓPICOS (SOBRE LA INMIGRACIÓN)
Jesús Contreras
. Universitat de Barcelona

A principios del año 2001 se desató en Cataluña una considerable polémica con motivo de unas declaraciones de la señora Marta Ferrusola, esposa del Presidente de la Generalitat. Abundaron los críticos y menudearon los defensores. En definitiva, una polémica en toda regla relativa a lo que, según la última encuesta del CIS, representa (en el mes de marzo del año 2001, eso sí) el principal problema de nuestro país para el 80 % de los encuestados: la inmigración. A principios del año 2002, otra polémica, esta vez en toda España, con motivo, primero, del hecho de que a una adolescente de origen magrebí se le negara la entrada en un colegio concertado por el motivo de llevar pañuelo en la cabeza y considerar que ello constituye un atentado a la "cultura" de los españoles y, además, en palabras del Ministro de Trabajo, atenta contra la Constitución Española.

Como sea que la polémica por el segundo hecho está todavía en ebullición en el momento de escribir este artículo, me limitaré a comentar, la que ya quedó fría, y discutir, es decir, confrontar con la realidad, o con las realidades, las afirmaciones de la señora Marta Ferrusola sobre la inmigración, pero no porque el hecho de ser la esposa del President de la Generalitat pusiera altavoces a sus palabras, ni por el hecho de ser, según se dice, una persona influyente dentro de la coalición política que gobierna en Cataluña, sino, precisamente, por lo que dijeron quienes salieron en su defensa (desde el Conseller en Cap, Artur Mas, hasta el escritor y expresidente del Institut Català de la Mediterrània, Baltasar Porcel, entre otros muchos, gentes ilustres o gentes del común): "responden a lo que piensa la mayoría de los ciudadanos" (J. Pujol); "una reflexión en voz alta que seguramente comparten miles de personas en Cataluña (…); así lo ha aceptado el 80 % de los oyentes" (A. Mas); "flotan mansamente por ahí, incluso entre las clases política y periodística que las exacerbaron" (B. Porcel). Por otra parte, cabe decir, también, que, a principios del año 2002, y con motivo del rechazo del pañuelo por considerarlo un símbolo de afirmación religiosa, las alusiones a la "mayoría cultural" y a la "necesidad de que los inmigrantes se adapten a nuestras costumbres" han sido muy recurrentes.

Se dijo en defensa de la señora Ferrusola que lo que ella había dicho en voz alta y a micrófono abierto era lo mismo que pensaban miles de ciudadanos de Cataluña. Ahí está, pues, el interés de la discusión, no en lo que pueda opinar la señora Ferrusola sino en lo que piensan miles de ciudadanos de Cataluña o de España. Personalmente, estoy convencido de que los defensores tenían razón y que, ciertamente, muchos miles de catalanes y de españoles piensan lo mismo de la inmigración que la señora Ferrusola. Sin embargo, lo que verdaderamente interesa, e independientemente de que quienes piensen así sean mayoría o no lo sean, es saber si las opiniones expresadas y tan ampliamente compartidas tienen fundamento en la realidad o si sólo son fundamentalistas. En cualquier caso, una vez más, se trataría de comprender las razones de dichas opiniones porque se trataría, estoy de acuerdo con Vicenç Villatoro [El País, 28-2-2001], de "convencer" a los xenófobos de su error y no de "reñirlos". Esta sería, precisamente, la intención de este escrito, convencer, proporcionar perspectiva, intentar superar la reacción emocional, visceral, no analítica, no comprehensiva; y no "reñir, desde luego.

Tal como fueron recogidas por la prensa del momento, algunas de sus declaraciones fueron las siguientes:

"La inmigración que ahora llega tiene una cultura distinta y una religión distinta y quieren que se respete (…). Ellos que la practiquen, pero ¡que no nos la impongan a nosotros (…). Quizás dentro de diez años las iglesias románicas no servirán, servirán unas mezquitas".

"Al menos, si se quedan aquí (los inmigrantes), que hablen catalán porque ahora sólo aprenden el buenos días, buenas tardes y dame de comer (…).No basta con acogerlos, tiene que ser con su comida!"

"El problema es que las ayudas (a la natalidad) sólo sirven para los inmigrantes que acaban de llegar. Tienen poca cosa, pero lo único que tienen son hijos (…). Las ayudas son para esta gente que no saben lo que es Cataluña…".

Coincidentes en el tiempo, y mezcladas en la polémica, fueron algunas afirmaciones contenidas en un libro biográfico del expresidente del Parlament de Catalunya y reafirmadas en entrevistas publicadas en la prensa. Afirmaba el señor Barrera:

"Catalunya desaparecerá si continúan las corrientes migratorias actuales" y si a los inmigrantes "no se les ponen condiciones, como la de aprender el catalán".

Por otra parte, tanto o más representativo de la xenofobia que Barrera, decía Culla [El País, 9-3-2001], era José Oria Galloso, alcalde de Lepe y senador con 106.000 votos que "acaba de expulsar a los inmigrantes encerrados en su ayuntamiento tras calificarlos de "guarros, borrachos y golfos".


¡Los inmigrantes son unos fanáticos religiosos!

Abundan las declaraciones, de personalidades políticas y de gente corriente, relativas a las mayores posibilidades de integración de los inmigrantes según sea su religión. Generalmente, se contrapone la religión católica a la del Islam. Poco o nada se dice de otras religiones. Pues bien, se afirma con rotundidad y convencimiento que los inmigrantes musulmanes son más difíciles de integrar que los inmigrantes católicos.

"En Cataluña o en un país europeo es fácil integrar polacos, italianos o alemanes, pero no así un árabe que tenga una fuerte vivencia musulmana, sin necesidad de que sea un fundamentalista" (Jordi Pujol, en La Vanguardia, 3-11-2001).

Sin duda, puede ser cierto. En cualquier caso, sin embargo, cabría preguntarse si las dificultades provienen de los inmigrantes o de los prejuicios con los que la sociedad receptora los acoge.

En la comprensión intuitiva de estas afirmaciones o en su argumentación figuran diferentes tipos de consideraciones. Unas, relativas al grado de incompatibilidad entre aspectos comportamentales que se derivan, pretendidamente, de los principios religiosos. Por ejemplo, y por citar algunos de los más recurridos, la ablación del clítoris, la utilización del velo islámico o xador y la sumisión de la mujer. Otros, más elaborados, y propios de los intelectuales liberales, incluso de izquierdas, refieren a la incompatibilidad del Islam con los fundamentos de la sociedad y del estado liberal. Una de las argumentaciones más recientes es la de Giovanni Sartori (2001, 53):

"La xenofobia europea se concentra en los africanos y en los árabes, sobre todo si son y cuando son islámicos [habría que añadir que para los xenófobos, los árabes siempre son islámicos y muchas veces consiguen tener razón]. Es decir, que se trata sobre todo de una reacción de rechazo cultural-religiosa. La cultura asiática también es muy lejana a la occidental, pero sigue siendo ‘laica’ en el sentido de que no se caracteriza por ningún fanatismo o militancia religiosa. En cambio, la cultura islámica sí lo es. E incluso cuando no hay fanatismo sigue siendo verdad que la visión del mundo islámica es teocrática y que no acepta la separación entre Iglesia y estado, entre política y religión. Y que, en cambio, esa separación es sobre la que se basa hoy, de manera verdaderamente constituyente- la ciudad occidental. Del mismo modo, la ley coránica no reconoce los derechos del hombre (de la persona) como derechos individuales universales e inviolables; otro fundamento, añado, de la civilización liberal. Y éstas son las verdaderas dificultades del problema. El occidental no ve al islámico como un ‘infiel’ [no, lo ve como a un fanático peligroso]. Pero para el islámico el occidental sí lo es" (Los corchetes son nuestros).

Cabría preguntarse si, realmente, es la religión islámica la que dificulta la posible integración de los inmigrantes o sí las dificultades residen en otras causas. En realidad, cuando se habla de inmigración parece que se pierden todas las referencias históricas, parece no haber ningún interés en aplicar la perspectiva y la comparación, herramientas fundamentales para poder comprender la realidad. Por esa razón, conviene recordar cómo han sido vistos y tratados los inmigrantes en otras épocas y lugares. La comparación nos pondrá de manifiesto que la religión es una variable anecdótica en relación a la percepción negativa de los inmigrantes. En efecto, independientemente de que la religión de los inmigrantes andaluces, castellanos, gallegos, extremeños o murcianos fuera la católica, en los años cincuenta y sesenta fueron percibidos, por algunos sectores de la sociedad catalana, como personas cuya "cultura", "modo de ser", incluso su particular modo de vivir y expresar la religión católica, se decía, resultaba poco compatible con los modos de hacer y de vivir de Cataluña. Asimismo, se decía, también, que dichos inmigrantes mostraban pocas ganas de integrarse en la sociedad catalana. Otros ejemplos abundan en la misma dirección. Así, por ejemplo (Sorman, 1993, 161), a pesar de compartir la misma religión católica, hacia 1850, los franceses odiaban a los inmigrados belgas. Hacia 1900, las asonadas antiitalianas del sur de Francia causaron más víctimas que cualquier algarada antiargelina treinta años después. Los judíos de la Europa central, asimilados ahora a la familia llamada judeo-cristiana, eran antes de la guerra sólo judíos y, por ello, discriminados y perseguidos por la polícia francesa. Los polacos, muy buenos católicos por cierto, no fueron mejor tratados por los franceses de los años veinte que los zaireños de hoy por los franceses de hoy.

Por otra parte, y en relación al Islam, parece practicarse una combinación de generalización indebida y de tergiversación. No está claro si estos errores son fruto del interés por manipular la opinión pública en provecho propio o si, simplemente es fruto de la ignorancia y de la pereza intelectual que impiden conocer primero y comprender después. En efecto, mientras que cualquier europeo distinguiría al menos entre protestantismo y catolicismo; en cambio, en relación al Islam, nadie parece considerar pertinente distinguir, por ejemplo, entre chiismo y sunnismo. El chiismo tiene clero y el sunnismo, no. Asimismo, al igual que se identifica árabe con musulmán y bereber con árabe, se confunde el estado de derecho musulmán con el estatuto del musulmán en occidente. Desgraciadamente, los que fingen temer más al Islam subrayan obstinadamente sus rasgos más intransigentes a fin de dar cierta consistencia a sus malos augurios. De este modo, se confiere a los fundamentalistas una legitimidad que su propia comunidad, generalmente, no les reconoce (Sorman, 1993: 164).

"¿Son buenos musulmanes los inmigrantes magrebíes y sus hijos? Los jóvenes inmigrantes magrebíes de segunda generación eligen, en un 90 %, el inglés como segunda lengua, y no el árabe, que desconocen completamente, sobre todo si son bereberes. En consecuencia, explicar que la integración de los inmigrantes magrebíes es difícil o imposible porque son demasiado musulmanes resulta paradójico, pues esta población es, en conjunto, más francófona y más laica que cualquiera de las oleadas de inmigración anteriores. Hacer pesar sobre los jóvenes magrebíes inmigrados el fardo del Islam es tanto más ilógico cuanto la mayoría de ellos, sobre todo las mujeres, han venido, o permanecen en Francia, para escapar mediante la huida de los aspectos más represivos del Islam" (Sorman, 1993: 164-165).

Asimismo, ahora que España es un país constitucionalmente laico y respetuoso de la libertad religiosa y de conciencia, no deja de resultar chocante que, con el pretexto de la "inmigración islámica" (¡!), se reclame la protección de la religión católica frente a la "amenazadora competencia de otros credos" (¿?) y se presentara una moción por parte Partido Popular en el Parlament de Catalunya para que la Generalitat velara "para que la enseñanza de otras religiones, la demanda de las cuales no llega al 0,5 de los alumnos, no desplace la enseñanza de la católica" (El País, 14-3-2001).

Cuesta comprender el significado exacto de la "amenazadora competencia de otros credos". ¿De qué credos se trata? Se supone que del Islam, pero ¿en qué consiste la "competencia"? ¿Compiten por los recursos? ¿Cuáles? Compiten por los fieles? ¿Acaso los musulmanes hacen proselitismo entre los católicos? Más bien parecería que el mantenimiento de una identidad religiosa por parte de los inmigrantes, la islámica en este caso, constituiría un autorecurso de integración, que facilite una mínima cohesión grupal en un contexto y en unas circunstancias, las de una inmigración rechazada, en las que la marginación y el riesgo de la marginalidad son evidentes.

Les "senyes de particularitat cultural o religiosa no són un factor que evita la integració del inmigrant el qué evita és precisament la seva desintegració, el seu aniquilament moral en un context que percep com a hostil i davant del qual l’única cosa que li queda moltes vegades és només el seu sentit de l’identitat. Si es presenta com a diferent és precisament per ser reconegut com a subjecte i, amb això, com a igual" (Delgado, M.: "La desintegració dels inmigrants". El Periódico).

Convendría no olvidar, tampoco que, históricamente, el mayor o menor éxito de una religión, dejando de lado que se hayan utilizado recursos coercitivos para su imposición, ha dependido de su mayor o menor relación con el bienestar, espiritual y/o material, de la persona. En este sentido, cabría preguntarse qué religión o religiones a lo largo de la historia han recurrido más y menos a la violencia, qué religiones han sido más y menos integradoras, qué religiones han sido sufridas como una imposición y cuáles han sido recibidas como una liberación. Por supuesto, también, que cada época y cada país podrían tener respuestas diferentes para una misma religión. Por ejemplo, resulta pertinente recordar la diferente consideración que, en la época medieval, tuvieron los árabes musulmanes y los europeos cristianos respecto a los negros; para los musulmanes, los negros podían ser esclavos o musulmanes; para los cristianos, sólo esclavos (Delacampagne, 1983: 60-61). En cualquier caso, además, las religiones, como las sociedades y las identidades, evolucionan y, en cada momento histórico tienen una particular y diferente articulación con la sociedad en general y con el estado en particular.

"Durante milenios, las culturas han defendido con uñas y dientes la cohesión social. Para asegurarla, se negó tenazmente la libertad religiosa. Las naciones europeas admitieron el principio "cuius regio eius religio", cada nación tiene la religión de su rey. Así se salvaba la identidad cultural y política. Ahora sabemos que, en contra de lo que temieron todos los aterrados por los cambios, la libertad de conciencia no empeoró el modo europeo de vivir, sino que amplió la autonomía y la justicia" [José Antonio Marina, La Vanguardia: 4-3-2001):

Resulta chocante, también, que cuando se pretende rechazar la religión de los inmigrantes, por considerarla una dificultad añadida para la posible integración de los mismos, ésta no se oponga al laicismo, que es lo que constitucionalmente caracterizaría nuestra sociedad, sino a otra religión, la católica. De este modo, se incumpliría una de nuestros preceptos constitucionales y uno de los derechos humanos: no discriminar por motivos de religión. Además, esta preocupación por la religión de los inmigrantes supone caer en otra contradicción. En efecto, mientras por un lado se critica la concepción totalitaria del Islam, su no separación entre religión y política, por ejemplo, y la predominancia de la sociedad frente al individuo, justo lo contrario de nuestra sociedad liberal; por el otro, se rechaza al individuo inmigrante porque se le atribuye a priori una determinada adscripción religiosa.


¡Nos están invadiendo!

Los medios de comunicación de masas hablan reiteradamente de "invasión" para referirse a la inmigración procedente del continente africano. En esos mismos términos se expresan algunos políticos, comentaristas y gente común. No se sabe exactamente si la prensa recoge los términos de la calle o la calle los recoge de la prensa. En cualquier caso, la "invasión" de inmigrantes es ya un lugar común y, también, un tópico más en nuestro lenguaje. Para algunos medios de comunicación, el término "invasión" puede tratarse, solamente, de una figura retórica, propia del reclamo necesario en los titulares. Otros, sin embargo, parecen usar el término en su sentido más literal.

Hace ya más de diez años que el Frente Nacional francés, liderado por el señor Le Pen, hablaba de que el pueblo francés estaba sufriendo una verdadera invasión. Ahora, en España, se repiten los mismos términos. ¿qué entienden los más o menos críticos con la inmigración con el término "invasión"? ¿Es conveniente dar cifras respecto a la inmigración para intentar establecer con criterios objetivos a partir de qué cantidades de inmigrantes cabría hablar de invasión? No creo que haga falta. Incluso en los lugares donde la inmigración está más concentrada, los inmigrantes continúan siendo una minoría. Está claro, pues, que el término invasión expresa más un temor y un rechazo de carácter visceral o emocional que una realidad objetiva. Además, cuanto más se rechaza la inmigración tanto más se hace visible su presencia.

Un intento de explicación racional de este rechazo al inmigrante por parte de los países europeos, entre ellos España, que intenta alejarse de la visceralidad, es la proporcionada por Giovanni Sartori. Dice así,

"En cambio (frente al melting pot o crisol de orígenes, razas y lenguas, en los USA), el viejo mundo es desde hace mucho tiempo un mundo sin espacios vacíos y un mundo con relativamente pocos ‘recién llegados’" (Sartori, 2001: 51)

"Durante dos siglos Europa ha exportado emigrantes [en los siglos anteriores exportó ‘conquistadores’, ‘comerciantes’, ‘misioneros’, ‘exiliados políticos o religiosos’, ‘mercenarios’, ‘prisioneros’, etc.], no ha importado inmigrantes. Los ha exportado porque el crecimiento demográfico se había acelerado y porque a los europeos se les ofrecía el espacio libre y acogedor del Nuevo Mundo. En cambio, hoy Europa importa inmigrantes. Pero no los importa porque esté poco poblada (…sino…) porque los europeos han llegado a ser ricos y, por tanto, ni siquiera los europeos pobres están dispuestos ya a aceptar cualquier trabajo (los subsidios de desempleo permiten al europeo vivir sin trabajar!)" (Sartori, 2001: 109-110).

"Espacios vacíos", "espacio libre"… son conceptos interesantes, y desde luego muy discutibles pues responden sólo a la visión del europeo que, efectivamente, consideró "espacios vacíos" o "tierra de nadie" vastas regiones del continente americano, africano y de todo el mundo. ¿Estaban vacíos realmente? ¿No eran de nadie?. ¿Se imaginan ustedes que los libros de historia explicaran hoy que en 1492 llegaron al continente americano tres pateras, la Pinta, la Niña y la Santamaría y que las leyes de extranjería de arawaks y caribes les impidió integrarse en suelo americano? En lugar de eso, los europeos encontraron "espacios vacíos" y la mortalidad que siguió a la llegada de los europeos los dejó, todavía, más vacíos.

Está claro que, desde la óptica expansionista europea, iniciada ya en la Edad Media, cualquier espacio que no estuviera ocupado por una agricultura al estilo europeo estaba desocupado. Así, pueblos cuya subsistencia se basaba en la caza-recolección, el pastoreo nómada o la agricultura de rozas dejaban todo su territorio "libre" a ojos del europeo. Por otra parte, no tiene sentido aquí y ahora, para discutir si la inmigración supone una invasión, analizar qué densidad de población resulta soportable para un territorio concreto y con una economía concreta. En cualquier caso, desde la perspectiva española, convendría comparar nuestra densidad de población con, por ejemplo, la francesa, y ésta, por ejemplo, con la alemana, y ésta, por ejemplo con la japonesa. Por otra parte, mientras en España la cifra de inmigrantes apenas alcanza el 1 %, en Alemania supera ya el 2,4 % (cf.: http://www.elpais.es/temas/inmigracion).


¡Los inmigrantes nos quitan el trabajo!

Así pues, ¿Cómo considerar si existen o no espacios vacíos? Podría responderse que si los inmigrantes que llegan, y siguen llegando, ocupan un espacio ya sea laboral, o espacial, es que ese espacio libre existe… Es obvio que hoy no hay tierras abundantes para poblar pero ello no quiere decir que no sea necesaria una ingente mano de obra para la agricultura. El caso del Poniente almeriense resulta ilustrativo de cómo la intensificación de capital (invernaderos de una altísima sofisticación tecnológica) puede suponer también una necesidad intensiva de mano de obra y, más concretamente, de mano de obra inmigrante (Martínez Veiga, 2001). Por otra parte, la necesidad de mano de obra inmigrante no se reduce a la agricultura, como es obvio. Hoy, hay sectores en España cuya mano de obra es cada vez más inmigrante: minería, hostelería, construcción, asistencia doméstica… Son, en definitiva, muchos espacios vacíos los que existen e, incluso, hay quien los cuantifica. En efecto, y es sólo un ejemplo, según se recogía en La Vanguardia (25-1-2001), la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, dependiente de la ONU, pidió al Gobierno que los contingentes anuales de trabajadores extranjeros superen la cifra de 100.000 cada año para atender la demanda del mercado laboral. Esta era una de las conclusiones del libro blanco de la inserción laboral de refugiados e inmigrantes, donde se explica que, según los estudios efectuados por la ONU, el Banco Mundial y el INE, España necesitará desde ahora hasta el año 2020 unos cuatro millones de trabajadores activos o, lo que es lo mismo, entre 240.000 y 300.000 trabajadores más cada año. Un vacío importante, desde luego y que pusieron de manifiesto en toda su crudeza los agricultores de Murcia cuando anunciaron que emprenderían medidas legales contra la administración del estado si perdieran sus cosechas como consecuencia de la falta de mano de obra en el campo después de que entrara en vigor la nueva Ley de Extranjería a finales de enero del 2001 (La Vanguardia, 25-1-2001).

Curiosamente, conviene recordar que el importante flujo migratorio procedente de la República Dominicana hacia España se inició, precisamente, después de que fuera implantada la anterior Ley de Extranjería (Ley Orgánica 7/85), que supuso, también, una importante restricción en las concesiones de permisos de trabajo a extranjeros no comunitarios. ¿Por qué en aquel preciso momento se orientó la migración dominicana hacia España?. Sin duda, de acuerdo con Herranz (1997), en el proceso confluyeron diversos factores: 1) la existencia de una colonia de españoles en la República Dominicana desde que finalizó la Guerra Civil, y acogida oficialmente; 2) la emigración de religiosas y educadoras españolas a las regiones más depauperadas de la República Dominicana; y 3) la importancia del turismo español a la República Dominicana desde mediados de los ochenta (los propios turistas actuaron de empleadores directos o de intermediarios). En cualquier caso, se trata de un flujo sobre todo femenino [caso aparte de los odontólogos dominicanos], de procedencia rural y con escaso nivel de instrucción. Se ocupa, sobre todo, en trabajos de bajo salario en los servicios, particularmente el servicio doméstico. En cualquier caso, de la mayoría de las mujeres dominicanas empleadas en el servicio doméstico puede decirse que no han venido a España sino que se las ha traido. Estas inmigrantes están sustituyendo a la mano de obra española, concretamente a un flujo migratorio interno rural-urbano en el mercado laboral secundario de las ciudades españolas más importantes, pero no compitiendo con ella. Los prejuicios y estereotipos de la sociedad española hacia estas mujeres inmigrantes se van rompiendo, llegándose a considerarlas como las trabajadoras idóneas para el servicio doméstico. La discriminación hacia este colectivo inmigrante no se manifiesta en el mercado laboral local sino en otras actitudes de la sociedad, como el rechazo a la propia concentración de Aravaca en sus días de descanso.

Aún así, podría argumentarse (Capel, en este mismo libro) que, "en un país como España, con todavía fuertes cifras de desempleo y jubilaciones forzadas anticipadas podría aumentar el empleo pero con nativos, y prolongar la edad laboral, lo que no se da si hay inmigración". En cualquier caso, la relación causa-efecto que se plantea no parece muy correcta. Por varias razones. Mi memoria no incluye todos los casos, desde luego, pero me costaría encontrar un ejemplo de empresa que, habiendo ajustado plantillas o habiendo recurrido a jubilaciones anticipadas, hayan contratado mano de obra inmigrante. No parece que exista relación entre lo uno y lo otro. Por otra parte, en relación con el alto desempleo en España, es demasiado sabido que los trabajos y/o los salarios ofrecidos a los inmigrantes no son aceptados por los nativos [según la encuesta del CIS de febrero del 2000, más del 80 % de los ciudadanos admite que hay que facilitar la entrada de inmigrantes para que desempeñen las tareas que los españoles no quieren hacer] y que cobra más un parado que un jornalero ecuatoriano o marroquí. En cualquier caso, si los costos sociales provocados por la inmigración son tan altos y la pérdida de empleo para los nativos tan grande ¿no sería más congruente que el gobierno, en lugar de hacer de la ley de extranjería un objetivo político prioritario, dejara de autorizar las reestructuraciones de plantilla y las jubilaciones anticipadas masivas (con un altísimo coste), retrasara las edades de jubilación (cuestión ésta muy compleja y por razones muy distintas), incentivara el empleo fijo, etc., etc.?

Es cierto, también, que el estado (el gobierno) no representa los intereses de todos los "ciudadanos" por igual. A unos los defiende mucho y a otros muy poco. Limitar la inmigración, suponiendo que efectivamente pueda limitarse, ¿a quién beneficia y a quién perjudica? ¿Cuál es la contribución económica de las diferentes clases sociales existente en España a sufragar los costos sociales de los servicios y prestaciones que ofrece el estado? González Faus (El País, 1-3-2001), con tanto sentido común como ironía, sostiene que la solución a tanta inmigración es simple:

"Habría una manera para que no vinieran tantos inmigrantes, y es que no fueran necesarios. Para ello, páguese un salario justo, con seguridad social y demás, por todos esos trabajos indeseables que aquí ya nadie quiere hacer, y que los inmigrantes sí hacen, en condiciones infrahumanas. Me arguyen con horror que eso es económicamente ruinoso, y que así no seríamos competitivos. Pero entonces, si nuestro sistema necesita esclavos, dejémosles venir".

Parece, pues, que el gobierno se encuentra en la contradicción de atraer y al mismo tiempo rechazar la mano de obra extranjera o inmigrante. A causa de esta contradicción puede decirse que el gobierno, o los gobiernos, se benefician de las ideologías y prejuicios racistas y xenófobos introducidos y extendidos en la población por acción de la prensa y de algunos partidos políticos porque, así, el gobierno puede colocarse como árbitro entre racistas e inmigrantes, a veces castigando, pero a veces incitando o dejando hacer, sin jamás tomar medidas susceptibles de hacer desaparecer esta represión considerada indispensable para la realización del superbeneficio (Meillassoux, 1982: 172).


¡Los inmigrantes crían como conejos!

Es cierto, también, que se habla de que las tasas de natalidad de los inmigrantes son más altas que las de los nativos y eso supone un peligro añadido. también es cierto que los inmigrantes, en cualquier época y lugar, siempre han tenido tasas de natalidad más altas que las de los nativos y, también es cierto que éstas van disminuyendo paulatinamente hasta equipararse. Así pues, cabría concluir, con Ramoneda (El País: 10-2-2001) que

"El miedo a la invasión es más un efecto de la paranoia de la minoría rica de Occidente que una amenaza objetiva (…) Los geógrafos advierten de que las tasas demográficas no son un imperativo genético y que la urbanización las reduce drásticamente. No hay mejor anticonceptivo que la ciudad, dice el profesor Tomás Vidal. De modo que los comportamientos tienen a converger".

Por otra parte, comparativamente, los 120 millones de migrantes contabilizados en la actualidad (supongo que con un margen de error muy grande) parecen pocos comparados con los ya más de 6.000 millones de habitantes del planeta. Y todavía parecen muchos menos si los comparamos con los 40 millones de europeos que emigraron entre 1800 y 1930; o si lo comparamos con el tráfico forzado de esclavos negros africanos hacia América que alcanzó los 30 millones de personas a lo largo de la Edad Moderna (Véase, en este mismo libro, el artículo de H. Capel)

Desde la perspectiva estrictamente española, las comparaciones resultan todavía más pertinentes pues si, por un lado, existen en estos momentos algo más de 600.000 inmigrantes en España, alrededor de 1.800.000 españoles residen fuera de España, es decir han inmigrado a otros países. Realmente, si regresaran a España ese 1.800.000 españoles residentes en el extranjero (imaginemos que en esos países aprobaran una ley de "extranjería" muy restrictiva) sí que sufriríamos una verdadera invasión, pero de nuestros propios paisanos.

En cualquier caso, ¿cómo se nota esta invasión? O ¿a partir de qué momento o circunstancias puede resultar insoportable? Los indicadores serán cualitativos y no cuantitativos. Por ejemplo:

"¿qué sucederá si mañana unos inmigrantes de los hasta ahora encerrados [en algunas iglesias barcelonesas] alquilan el piso de al lado, y más tarde otros hacen lo propio con el de arriba, y poco a poco van impregnando la finca entera, la calle, el barrio con sus formas de vida, sus olores y sus sonidos? ¿Subsistirán entonces la solidaridad y la simpatía y el nacional –que se considere catalán o español será lo de menos- reaccionará con el miedo y el complejo de invadido que son la base de cualquier racismo? Esta va a ser la clave del futuro…" [Culla: El País, 2-3-2001].

En este sentido, podrían resultar muy ilustrativas las declaraciones de algunos vecinos de Mataró, organizados en asociación, para justificar su rechazo y oposición activa a la autorización de una mezquita en su barrio. Las razones esgrimidas fueron el ruido, la aglomeración, la pérdida de valor de sus viviendas… No se trataba de una reacción xenófoba, decían; por estas mismas razones, por ejemplo, se opondrían a la instalación de una discoteca, comparaban. En la medida en que estos testimonios sean sinceros, y no dudo de que lo son, parece que las amenazas de la inmigración se ciernen no sobre la identidad cultural sino sobre los intereses materiales sea en términos del propio bienestar o del valor de cambio de sus viviendas.


¡Nuestra identidad está amenazada!

Sin duda alguna, en mi opinión, por supuesto, el tópico más triste en relación a la inmigración es el de que amenaza "nuestra identidad". Se dice que los inmigrantes, calificados de "extranjeros" cuando se habla de identidad, quieren "imponer sus costumbres: "hoy, las mezquitas y el velo islámico en la escuela, mañana la poligamia y la ley coránica para el matrimonio, la herencia y la vida civil" (Le Pen, en Présent, 28-10-1989). Se afirma, también, que resulta difícil convivir estrechamente con personas de otras culturas y costumbres. Se trata de afirmaciones irreales y, además, contradictorias. Incluso intelectuales liberales, como Giovanni Sartori (2001) caen en el tópico y confunden causas con consecuencias:

"la experiencia es que el inmigrado extracomunitario se integra prioritariamente en redes étnicas y cerradas (para ellos y para sus hijos) de mutua asistencia y defensa. Y después, en cuanto una comunidad tercermundista alcanza su masa crítica, la perspectiva es que comience a reivindicar (…) los derechos de su propia identidad cultural-religiosa y que acabe por pasar al asalto de sus presuntos opresores (los nativos)" (Sartori, 2001: 117).

Por decirlo en términos coloquiales, parece que Sartori baje del huerto pues los mecanismos informales, esas "redes étnicas y cerradas", se evidencian como los más eficaces para la integración laboral en una nueva sociedad en la que se desconocen o están vetados los mecanismos de acceso oficiales. Pero estas redes no sólo se basan en relaciones familiares, de parentesco o intraétnicas, sino que también las relaciones de carácter ideológico o religioso desempeñan un papel importante en la formación de canales para acceder al empleo. En cualquier caso, las posibilidades de acción de los inmigrantes están dependiendo de la propia estructura del mercado de trabajo en la sociedad de acogida y éste está claramente organizado los la conjunción entre las "fuerzas políticas" y las "económicas". Por lo tanto, los modos de integración laboral de los inmigrantes no sólo dependen de su cualificación sino del contexto de acogida que encuentran, en el que se incluyen, además de los puestos de trabajo disponibles, un entramado de elementos políticos y socioculturales que hacen que la "recepción" pueda oscilar entre la "solidaridad" y la "hostilidad".

Por otra parte, cuando se afirma que nuestra identidad se encuentra amenazada por la inmigración ¿A qué contenidos concretos de la identidad se refieren? ¿Se refieren a la identidad como un todo inseparable, infragmentable e intangible? ¿O se refieren a aspectos concretos, más o menos tangibles, de la misma? Asimismo, cuando se pregunta, de modo retórico, si debemos abrir las puertas a aquellos que rechazan nuestro sistema de vida, cabría averiguar primero ¿qué inmigrantes rechazan "nuestro modo de vida"? ¿En qué consiste ese rechazo? ¿cómo se manifiesta? Se dice, también, que si los inmigrantes se comportan igual que la sociedad de acogida no habrá problemas con su presencia. Si hablamos de "comportarse", la primera evidencia es que, en una sociedad compleja como la nuestra, se dan una gran diversidad de comportamientos, "propios", más o menos, de diferentes grupos o segmentos socioculturales y económicos… Por ejemplo, ¿cómo vestimos los españoles? Yo creo que podría responderse que "los españoles vestimos como nos da la gana". ¿Visten como les da la gana los inmigrantes? Probablemente, sí; al menos desde nuestro punto de vista. Así pues, inmigrantes y españoles vestimos igual.

Cuando se habla de "modo de vida" o de "costumbres", o bien estamos pensando que, a pesar de la enorme diversidad de comportamientos, hay un "algo" común a todos ellos y a la vez distinto de los inmigrantes o bien estamos esencializando nuestra autopercepción y la percepción de los otros. En cualquier caso, por ejemplo, ¿respetan los semáforos los inmigrantes?

Así pues, si hablamos de "nuestro modo de vida", habrá qué preguntarse, una vez más; cuáles son sus rasgos definitorios concretos, cuáles sus manifestaciones comportamentales, etc. y hasta qué punto ese llamado "nuestro modo de vida" es compartido o practicado por nosotros mismos… Para mí nada de esto está muy claro… Creo que se esencializa en exceso acerca de los hipotéticos contenidos de nuestra cultura. Con ello no quiero decir que no sea cierto que creamos compartir determinadas "esencias" o "rasgos" y que creamos que esas esencias no son compartidas o incluso son rechazadas por otros, los inmigrantes, pero no sólo, por supuesto (por ejemplo ¿qué percepciones tiene nuestra sociedad de los okupas?).

En general, las alusiones a la cultura, a las costumbres, a la identidad son tremendamente imprecisas, abstractas, genéricas, imaginarias y, por regla general, refieren más a rasgos ajenos percibidos (el velo, la poligamia, la mezquita…) que a rasgos propios amenazados. El tema de la "identidad" es profundamente complejo. Al menos tan complejo como difícil resulta "caracterizar" de un modo mínimamente preciso los contenidos de cada identidad en concreto y de las posibles amenazas sobre cada una de ellas. Unos y otras parecen residir más en el imaginario cultural que en las realidades cotidianas. En cualquier caso, un comentario inicial me parece del todo necesario. Siempre que hablamos de inmigración y de amenazas a la identidad nos estamos refiriendo sólo a la inmigración de los "pobres" pero jamás a la de los "ricos". Claro que los pobres que inmigran son más que los ricos; pero, también es cierto que la capacidad de influencia de los ricos es mayor que la de los pobres…

Jamal se indigna: "A los jeques de Arabia Saudí que vienen a Marbella ¿por qué no se les pide que se integren? ¿por qué sólo se habla de los guetos del Raval y se pasan por alto los guetos de lujo que han creado los alemanes en Mallorca? Esos guetos de cinco estrellas no hacen nada por integrarse ni ayudan al desarrollo de la sociedad catalana. Incluso en algunos casos subestiman y desprecian a los catalanes. Ellos no tienen ningún interés por integrarse. Pero de esos ricos nadie tiene ninguna queja" [Carmen Luque: La Vanguardia, 5-3-2001]

Otra cuestión previa que me parece necesaria: si nos preocupan las amenazas a la identidad, éstas pueden tener diferentes orígenes, agentes y modalidades. Citaré sólo un ejemplo y, además, muy vulgar: lo que se llama la "macdonalización" de nuestra sociedad algunos lo viven, y no les faltará razón, como una amenaza a la propia identidad (recuérdese el movimiento "antiglobalización" que, en Francia, ha simbolizado el campesino Josep Bové). Michiu Kaku, físico norteamericano y escritor de éxito, afirmaba en unas jornadas científicas que "las naciones tenderán a desintegrarse en los próximos cien años por culpa de Internet" (La Razón, 8-1-2001). Los inmigrantes pobres no tienen nada que ver con todas esas cosas, desde luego. Lo que quiero decir es que no podemos considerar la identidad como algo estático sino como algo profundamente dinámico y cambiante que podemos redefinir y, de hecho, redefinimos, en función de las circunstancias (y los "otros" son una circunstancia relativamente precisa, pero cambiante también)

"Contra la identidad cultural aparecen dos amenazas de distinto tipo (…). Hay una inmigración de contenidos culturales de alto nivel, tecnológicamente refinada, transmitida por ejemplo por un Internet anglófono, que está creando un mestizaje informático, financiero, técnico, moral y social más poderoso que el que pueden provocar unos pobres inmigrantes africanos, pocos, asustados, y sumisos. Unos, como Marta Ferrusola, temen que las capillas románicas se conviertan en mezquitas. Otros temen que se transformen en hamburgueserías. Y otros, por fin, que el ordenador nos cambie en manojos de bits homogéneos" (José Antonio Marina, La Vanguardia: 4-3-2001)

En cualquier caso, para no hablar por hablar, cabría preguntarse, por ejemplo, qué manifestaciones concretas de nuestra identidad se encuentran amenazadas en la actualidad y cabría preguntarse, también, cuál o cuáles de esos retrocesos serían consecuencia concreta y directa de la inmigración? Asimismo, cabría preguntarse si todos los inmigrantes constituyen una amenaza por igual o, si más bien, algunos inmigrantes en particular, por ejemplo los musulmanes, constituyen una amenaza mayor y, si ése fuera el caso, habría que preguntarse por qué.

Para el caso de Cataluña, sería fácil, y prolijo, enumerar a modo de inventario inacabable una relación de rasgos culturales que muchas personas, catalanas y no catalanas, considerarían propias, incluso específicas, de su cultura y, en esa misma medida, expresiones identitarias. Por ejemplo, y sin orden de importancia o trascendencia: la mona de Pascua y el hecho de que ésta sea regalada por el padrino a su ahijado/a; la costumbre de hacer o comprar y comer panellets para el día de Todos los Santos; el sistema de herencia basado en la unigenitura del primogénito o hereu; la lengua catalana, etc. etc.

Es posible, también, que, desde un punto de vista religioso, los catalanes definieran su cultura (y a su vez fuera identificada por los no catalanes) como católica. El catolicismo, a su vez, independientemente de sus principios dogmáticos, doctrinarios y morales, se expresa a través de una serie de prácticas que tienen que ver con su calendario litúrgico y conmemorativo y sus rituales sacramentales entre otras muchas. De entre estas prácticas, cabría citar, a modo de ejemplo, el cumplimiento del precepto dominical, el cumplimiento de la comunión pascual, la conmemoración de la entrada de Jesucristo en Jerusalén con la procesión de las palmas, la conmemoración del nacimiento de Jesucristo, su retirada al desierto durante 40 días, su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo, el cumplimiento de los días de ayuno y de abstinencia, etc., etc. etc.

Pues bien, resulta evidente que el grado de seguimiento de muchas de las prácticas aludidas, sean las propias de la religión católica o las propias de la costumbre o tradición catalana, nada tiene que ver con la inmigración. Hace muchos años, muchos antes de que la inmigración magrebí y musulmana hiciera su aparición, que algunas de esas prácticas entraron en retroceso, incluso desaparición. De ese retroceso sólo se quejó el clero católico y no de modo unánime. En su momento, los científicos sociales, también los moralistas, explicaron esos cambios como fruto de un doble proceso al que se denominó de "modernización" y/o de "secularización" de la sociedad. Entonces, era la emigración (no la inmigración) del campo a la ciudad, el turismo de masas, la influencia de los medios de comunicación de masas y las modas internacionales, el fenómeno urbano como factor de creciente complejización y anomia, el mayor reconocimiento de los derechos individuales y de la privacidad, la globalización del mercado, entre otras, las razones aludidas para explicar el fenómeno, calificado, simplemente, de "cambio social" y no de pérdida de la identidad; sí, acaso, de cambios en la identidad, pero sin que estos cambios tuvieran una calificación peyorativa, antes al contrario.

Otros cambios, más o menos forzados, y sentidos como una intromisión en la identidad cultural y/o religiosa (la Iglesia Católica española protestó con cierta virulencia), o en los derechos laborales, fueron justificados por la necesidad de impulsar una mayor racionalidad económica y productiva. Me estoy refiriendo, y es sólo un ejemplo, relativamente reciente, a la supresión como días festivos de varias fechas más o menos significativas en el calendario religioso-cultural. En efecto, dejaron de ser festivos en Cataluña, los "tres jueves que relucen más que el sol" y, además, San José, San Juan, San Jaime, San Pedro, entre otras festividades. Más lejos estaba, entonces, el paso progresivo a la jornada intensiva, no muy bien vista en sus inicios; la posterior vuelta (a precario) a la jornada partida y vivida, entonces, como un retroceso en los derechos laborales adquiridos…

En definitiva, las costumbres o prácticas comportamentales cada vez más dejan de ser consideradas como demarcadores étnicos o de identidad pues, cuando no forman parte de alguno de los códigos jurídicos vigentes en la sociedad, se consideran propias del ámbito de lo privado y, cuando lo trascienden, quedan enmarcados en el ámbito de lo folklórico y, éste, a su vez, se manifiesta con carácter excepcional y de manera excepcional. Además, ya sin inmigración, la diversidad actual de practicas comportamentales es extraordinaria. En efecto, pautas de residencia, de herencia, actividades laborales, indumentaria, alimentación, ocio, horarios, creencias religiosas, concepciones éticas, valores referidos a la familia, al matrimonio, al cuidado, a la naturaleza, concepciones sobre la sociedad y la política, etc. todo ello es suficientemente diverso en el seno de nuestra propia sociedad como para pensar que la diversidad añadida por la inmigración vaya a modificar cualitativamente la diversidad ya existente.

Asimismo, algunas personas hablan de las amenazas que representa la inmigración, concretándolas en la posible imposición a los "nativos", por parte de los inmigrantes, de sus propias costumbres y creencias. En la misma línea de las consideraciones de los párrafos anteriores, cabría preguntarse, ahora, si ha aumentado, por ejemplo, el número de catalanes que, voluntariamente o por imposición, vistan chilaba, compren carne halal, sigan el ramadán, frecuenten la mezquita o practique la poliginia. Cabría preguntarse también, y fuera de desear responder con sinceridad, si los catalanes actuales se ven, con la excepción de comer cuscús alguna vez y en ejercicio de una opción fruto de su propio gusto o de su curiosidad gastronómica, cumpliendo con algunos de los rasgos anteriores o si creen que, por mucho que creciera el número de inmigrantes musulmanes, ello podría llegar a suponer la imposición de alguno de ellos. Y si las respuestas fueran que no, como creo que debería ser, ¿a qué vienen tantos miedos a perder la identidad o a temer la imposición de otra ajena? En realidad ¿qué es lo que produce temor y por qué?


El miedo al inmigrante: miedo a la diferencia cultural

El miedo es una reacción ocasional y emocional más que un estado permanente y racional. El miedo, como emoción, es universal y no es patrimonio exclusivo de una etnia o de una patología individual. En cualquier caso, hablaremos ahora, exclusivamente, del miedo que produce la alteridad y del consiguiente rechazo de la diferencia cultural, acompañado además, frecuentemente, de la inferiorización del otro, del extraño. Es cierto que no todas las diferencias constituyen un problema. En efecto, se asumen, se comprenden con facilidad las diferencias individuales dentro de la propia cultura o sociedad. Estas diferencias son "naturales" (biológicas o psíquicas, es decir, de "constitución" o de "conducta") o fruto de la educación, de la actividad, de la posición económica… Algunas diferencias más o menos visibles son sólo "aparentes", en el vestir y en arreglo personal, por ejemplo. En cambio, las diferencias entre culturas, sociedades o naciones ("razas", "lenguas", "religiones", "costumbres", etc.) son difíciles de comprender y, consecuentemente, se estigmatizan, se rechazan, se combaten… Son consideradas un "desorden", una agresión, un peligro, un pecado, una barbarie…

Este miedo y/o rechazo no parece ser o haber sido patrimonio exclusivo de ninguna cultura en particular sino todo lo contrario, parece haber sido bastante universal pues, a juzgar por los testimonios de los que disponemos, podría pensarse que han constituido una reacción habitual frente al extraño, frente al otro. Como señala Todorov (1982, 81), la primera reacción, espontánea, ante la presencia del extranjero es la de imaginarlo inferior, puesto que es diferente de nosotros; incluso puede no ser considerado un "hombre". Y si lo es, se trata de un "bárbaro" inferior; y si no habla nuestra lengua, es que no habla ninguna. Así, por ejemplo, los eslavos de Europa llamaban al alemán, su vecino, nemec, el mudo; los mayas del Yucatán denominaban a los toltecas invasores nunob, los mudos: y los mayas cakchiqueles se referían a los mayas mam como los "balbuceantes" o los "mudos". Los aztecas llamaban a las gentes del sur de Veracruz nononalca, los mudos; y a los que no hablaban náhualt, tenime, bárbaros, o popoloca, salvajes. Hanke (1958, 107) ha recogido, también, las ideas denigrantes que sobre los blancos con los que entraron en contacto desarrollaron algunos pueblos africanos. Así, por ejemplo, los diversos grupos de la tribu bantú, del sur del Africa, consideraron a los blancos infrahumanos y, en principio, ni siquiera se referían a ellos como "gente" (abantu). Les fue necesario usar nombres especiales para los blancos. Los zulúes los designaban como "aquellos cuyas orejas reflejan la luz del sol" y los sothos los conocían como "los de color de olla amarillenta". Al igual que algunos españoles del siglo XVI o los puritanos de Nueva Inglaterra en el XVII, los bantúes se consideraban los elegidos de la humanidad, aunque ese orgullo "racial" se manifestara de modo diferente según cada grupo tribal. Los zulúes denominaban a las demás tribus "animales" y a si mismos, la "gente". Los sothos empleaban asimismo términos denigrantes para manifestar la idea de que las personas que no habían nacido en su tribu eran "menos humanas" y, por lo tanto, podían ser despreciadas. Existen otros muchos ejemplos en la misma dirección (Cf.: Contreras, 1997) y que ponen de manifiesto, como dice Todorov (1992, 30), el hecho de que todos tenemos la necesidad de ver confirmado el sentimiento de nuestra existencia y que el medio más fácil para logralo es el de reconocerse en una identidad colectiva. En definitiva, los seres humanos

"viven infelizmente en el estado de muchedumbres solitarias, en condiciones anómicas, y por ello buscan siempre pertenecer, reunirse en comunidades e identificarse en organizaciones y organismos en los que se reconocen: para empezar, en comunidades concretas de vecindad, pero después incluso en amplias ‘comunidades simbólicas’ (…) El animal humano se agrega en coalescencias y se ‘agrupa’ como subespecie del animal social, con tal que exista siempre un límite, una frontera (móvil pero no anulable) entre nosotros y ellos. Nosotros es ‘nuestra’ identidad; ellos son las identidades diferentes que determinan la nuestra. La alteridad es el complemento necesario de la identidad: nosotros somos quienes somos, y como somos, en función de quienes o como no somos" (Sartori, 2001: 47-48).

Así, el encuentro con el otro provoca a menudo reacciones emocionales negativas. El otro o extranjero da miedo, sugiere lo desconocido, lo prohibido, la sospecha, la intriga, la desgracia, lo anónimo y descontrolado. Y, hoy, parece ser que el inmigrante es el otro por excelencia pues, como dice Sartori, el inmigrado posee, frente al simple ‘extranjero’ y a los ojos de la sociedad que lo acoge, un plus de diversidad, un extra o un exceso de alteridad.

Este plus de diversidades (en plural) se puede reagrupar, simplificando, bajo cuatro categorías: 1) lingüística, 2) de costumbres, 3) religiosa, 4) étnica. Lo que quiere decir que el extranjero nos resulta extraño o porque habla una lengua distinta (y quizá no habla la nuestra), o porque las costumbres y tradiciones de su país de origen son distintas, o también porque es de diferente (no con el contraste hoy ya débil entre católicos y protestantes sino con el fuerte entre cristianos e islámicos) y por último porque puede ser de otra etnia (negro, amarillo, árabe, etc.). Y las dos primeras diversidades son muy diferentes de las segundas. Y las dos primeras diversidades se traducen en ‘extrañezas’ superables (si las queremos superar); las dos segundas, en cambio, producen ‘extrañezas’ radicales" (Sartori, 2001: 107-108).

Dada la percepción negativa sobre los otros no es difícil comprender que la gente se sienta amenazada y, en ese caso, "inventa para ellos crímenes imaginarios (asesinatos rituales, violaciones, etc.), aviva el fuego de los rumores y, finalmente, emprende un progromo o se lanza a un linchamiento" (Wieviorka, 1992: 157). El miedo es visceral, irracional, y puede tener terribles consecuencias para el bienestar físico de los inmigrantes en particular y para la convivencia social, pacífica y democrática, en general. Hechos relativamente recientes en España como los acaecidos en el barrio de Can Anglada (Terrasa, Barcelona), Fraga (Huesca) o en El Ejido (Almería) así lo ponen de manifiesto. En efecto ¿por qué, en unos casos, un asesinato se denuncia en la policía y, en otros (caso de El Ejido), se organiza un linchamiento indiscriminado de los inmigrantes en el que participan cientos de individuos y al que la policía y las autoridades prestan su absentismo expectante? La pregunta, creo, no es vanal.

La alteridad del inmigrante parece ser transversal a las diferentes ideologías políticas existentes y a las diferencias de clase. Por ello, la cuestión de la inmigración parece encontrar un campo abonado en el "mercado político" o electoral, en el que el enemigo tradicional (de izquierdas o de derechas) ha quedado algo desdibujado por la búsqueda de un "centro" ubícuo. En este contexto, el inmigrante cumple perfectamente el papel de chivo expiatorio (Sorman, 1993: 154-155): permite una referencia inmediata a los intereses materiales (empleo, vivienda…), culturales (educación, ocio…), espirituales (el fanatismo islámico) y pasionales (robo, violencia, sexo…). El inmigrante, en definitiva, reúne las condiciones óptimas para ser el enemigo ideal. Además, de contribuir a diluir las contradicciones internas, no puede defenderse pues se le niega el derecho de reunión, sindicación y manifestación mediante una ley llamada, precisamente, de extranjería.


La inmigración en perspectiva

A juzgar por el tratamiento que los medios de comunicación y la mayoría de la clase política hacen hoy del tema de la inmigración, podría pensarse que se trata de un fenómeno estrictamente contemporáneo, actual, específico de nuestro tiempo y que "sufren" exclusivamente los países "desarrollados" y "ricos". La perspectiva histórica, el conocimiento simplemente, pone de manifiesto lo inadecuado o erróneo de ambas presunciones. Es verdad que la enseñanza de la historia dista mucho de hacerse desapasionadamente y constituye más una herramienta de adoctrinamiento que de conocimiento. En cualquier caso, "se emigra desde hace siglos" como decía Arístide Zolberg (1991). Se ha emigrado o inmigrado desde la prehistoria. En términos continentales, la novedad de nuestro presente consistiría en que, a diferencia de lo ocurrido durante los siglos anteriores, hoy es el continente europeo el que recibe inmigrantes en lugar de producir emigrantes económicos y exiliados por motivos políticos y religiosos. Un par de detalles pueden ilustrar la importancia de la emigración europea hacia América (sólo uno de sus destinos, aunque muy importante). Por un lado, a finales del siglo XVI y principios del XVII, el pueblo inglés se lamentaba de que su sociedad estaba cambiando profundamente, y para peor, en la medida en que, se decía, todos los viejos controles se estaban viniendo abajo como consecuencia de la importante emigración hacia América (Kuperman, 1980). Por otro, los señores naturales de la región andina pedían al Rey de España que parara la emigración de españoles a América por las graves consecuencias que ésta estaba teniendo para los nativos de aquella región (Murra, 1993). Está claro que los señores naturales de la región andina no dispusieron, antes al contrario, de los medios coercitivos de los que hoy disponen los países desarrollados para cerrar o "impermeabilizar" sus fronteras a la inmigración. Así les fue, y hoy, además, sufren "fronteras" interiores estrictas dentro de su propio país y a manos de los descendientes de aquellos inmigrantes de entonces.

De acuerdo con Zolberg (1991), la aparición de poderosos estados europeos a lo largo del siglo XV inauguró una nueva era en la historia de las migraciones humanas. La llamada conquista del Nuevo Mundo por parte de estos estados y su éxito a la hora de unir todos los océanos del mundo en una única red de transportes, así como su agresiva y concurrente carrera por hacerse con la hegemonía comercial, tuvieron el efecto de incorporar a la población mundial en un solo sistema migratorio. Este proceso se ha ido extendiendo con regularidad, geográfica y cuantitativamente, hasta nuestros días. Este proceso lo divide Zolberg en tres épocas. La primera refiere a las dos grandes migraciones transoceánicas hacia el continente americano y que supuso el establecimiento de casi tres millones de europeos en las "colonias" americanas, así como la importación de cerca de ocho millones de esclavos de Africa occidental. La segunda época comenzó con las revoluciones industriales y demográficas de finales del siglo XVIII. Los países europeos eliminaron las trabas a la emigración que habían mantenido hasta entonces, pues, a partir de ese momento, la consideraron como un medio eficaz de aligerar las cargas sociales y los posibles disturbios dentro de sus propios países. Posiblemente las mismas razones que orientan la política migratoria actual de países como Marruecos. En la tercera época, disminuyó la expansión demográfica de los países "más avanzados", mientras se incrementaba en los demás. Después de la II Guerra Mundial, la mayoría de los países industrializados permitió la entrada "temporal" de trabajadores extranjeros con la intención de impulsar el crecimiento y reducir la presión inflacionaria de los salarios. Pero, a partir de los años setenta, con el inicio de la llamada "crisis del estado de bienestar", la mayoría de los estados europeos congelan los permisos y las renovaciones de los contratos de trabajo. No por ello, sin embargo, disminuye la necesidad de mano de obra inmigrante retribuible con bajos salarios y sin costos de seguridad social.

En efecto, el trabajo sin cualificar y, además, eventual y negro es el reservado, y racionado, a los inmigrantes. Ello no quiere decir que los inmigrantes no estén cualificados e, incluso, que puedan ser blancos. Aunque de los inmigrantes siempre se piensa que tienen algo oscuro. La descualificación y el color de la piel son aspectos profundamente culturales y cambiantes. Los otros, los inmigrantes, siempre son más oscuros que nosotros. La solidaridad parece estar tan excluida cuando se trata de los otros como estuvo permitida la esclavitud. Y la aplicación de la ley parece ser, también, un bien escaso que se administra desigualmente según se trate de "nosotros" o de los "otros". Las actuales condiciones de trabajo de los inmigrantes no están muy alejadas de las de la esclavitud que fue abolida. "Si no están contentos, que se queden en su casa", dicen algunos. La memoria histórica es escasa y parcial. Nuestra memoria histórica olvida que nuestros antepasados no estaban contentos en su casa y "emigraron" hacia todos los continentes, pero no para trabajar, sino para conquistar ("civilizar" se le ha llamado), expoliar, esclavizar, violar, asesinar, empobrecer... Los inmigrantes nos devuelven la visita y la mala conciencia histórica, la culpabilidad que inconscientemente se ha apoderado de nosotros, hace que pensemos que vienen para vengarse, es decir, para expoliar, robar, violar, asesinar... Y, sin embargo, sólo vienen a buscar un trabajo que en sus tierras, a pesar de haber sido "civilizadas" por "Occidente", o quizás precisamente por eso, no pueden encontrar. El trabajo ha cambiado de valoración y la esclavitud ha adoptado nuevas formas. Hoy, a los esclavos no se les deporta, se les regula mediante flujos u cupos. Si en el siglo pasado se quiso abolir la esclavitud, hoy deberían abolirse las condiciones precarias de trabajo que inferiorizan a las personas y dificultan su integración.

Desconocer esta historia puede ser más o menos excusable para el común de la población a la que la historia se le enseña mal o no tiene porque aprenderla, pero no lo es para los políticos y los ideólogos que agitan la inmigración como una amenaza. La historia de la inmigración de los últimos cinco siglos refiere a un mismo y único proceso de internacionalización de la economía y desconocerla puede tener graves consecuencias para nuestro presente, tanto en el terreno analítico y de comprensión del fenómeno de la inmigración, como en el de los prejuicios y en las actitudes sociales que se desarrollan en relación a los contactos entre gentes de diferentes procedencias geográficas y culturales.


¿Integración, ciudadanía, ley de extranjería…?

Dice Sartori (2001, 130), que

"Si es cierto, como lo es, que la política del reconocimiento por un lado y la integración por otro se excluyen recíprocamente, entonces querer la primera es no querer la segunda".

¿Por qué? ¿Cuál es la incompatibilidad entre "reconocimiento" e "integración"? Sartori no lo explica ni lo argumenta, simplemente lo da por cierto. ¿Acaso, reconocimiento tiene que suponer necesariamente autoexclusión? ¿Es posible para un inmigrante que necesita trabajar, pues esa es la razón de su presencia en una sociedad ajena, autoexcluirse? ¿Por qué no hablar, simplemente, de no-ilegalización? Es cierto que, como señalaba Alain Touraine ("Minorías, pluriculturalismo e integración", El País, 1997), la separación entre las dimensiones social, cultural y nacional dificulta la integración de los inmigrantes. Por tanto, no se ha de hablar globalmente de integración sino de nacionalización, asimilación cultural e integración económica. Otra dificultad reside en saber si deseamos la integración y como la entendemos, pues hay un debate entre los partidarios de la "racionalidad" frente al "tribalismo", los que defienden el multiculturalismo y los que quieren una diversificación cultural pero manteniendo ciertos principios universalistas. Sólo la última postura es realista. La diversificación significa que nuestra sociedad actual es un conjunto de mercados y de Técnicas culturalmente neutras y, al mismo tiempo, un conjunto de orientaciones culturalmente diferentes. Ello implica reconocer que una sociedad ha de combinar diversas culturas y la razón instrumental. Esta es la esencia de la democracia. La integración ha de estar asociada al reconocimiento del otro en su capacidad de dar sentido a la asociación entre la razón universal y la memoria de una cultura propia.

En cualquier caso, resulta del todo necesario distinguir entre las actitudes y las creencias por un lado y las prácticas o comportamientos por otro, y de entre todo ello, aquello que tiene una manifestación en público y lo que sólo se manifiesta en privado. Y, de entre lo que tiene una manifestación más o menos pública, aquello que interfiere las prácticas de los demás y aquello que no interfiere en absoluto. ¿Es que a algún europeo continental o a algún inmigrante magrebí se les ocurriría no circular por la izquierda en Gran Bretaña y a algún británico, por la derecha en la Europa continental, por ejemplo? Normalmente, las posibles "interferencias" están previstas y sancionadas por las leyes. Este es el ámbito aceptable y aceptado en un estado de derecho.

"L’inmigrant no és una amenaça per a la cultura a què arriba, básicament perquè allò que el rep no és cap cultura, almenys en el sentit què es fa servir aquest terme per designar una presumpta idiosicràsia o un conjunt congruent de trets identitaris que abraça tota la societat en què recala. L’àmit d’integració per al qual l’inmigrant hauria de ser reclamat no és el de una mítica cultura receptora, sinó sobretot, el de les lleis i, com a molt, el de les pautes elementals d’urbanitat, àmbits que ho són, per definició, de l’esbiaxament de tota identitat i de tota diferència. És en això on l’inmigrant deixa de ser-ho per transformar-se en veí, ciutadà, persona. I, quina casualitat, aquest és precisament el domini que li està vedat. Se li exigeix que s’integri en l’imaginari, al temps que se li impideix l’accés de ple dret en el real" (Delgado, M.: "La desintegració dels inmigrants". El Periódico).

La legalidad para un ciudadano se da por supuesta, excepto que se demuestre lo contrario. La ciudadanía comporta derechos y deberes. Así pues, si sólo el incumplir los deberes comporta ilegalidad, cumplir o no incumplir con las obligaciones ciudadanas debería comportar la legalidad, los papeles de la ciudadanía al fin y al cabo. Del mismo modo que el turista está en una situación de legalidad si no incumple con, por ejemplo, las leyes de tráfico, o no roba o no mata o no agrede o no arma escándalo en los horarios de descanso habitual, etc; así, del mismo modo, y así de sencillo, el inmigrante debería estar en situación de legalidad si respeta los códigos de ciudadanía. Del mismo modo que, para el futbolista argentino Killy Gonzáles resulta suficiente jurar la Constitución para adquirir la nacionalidad española, este requisito ¿no podría ser suficiente para cualquier inmigrante? Y si, en cualquier caso, a los nativos que no respetan las normas de la convivencia, la democracia y la vida civil se les puede aplicar "todo el peso de la ley" ¿Por qué no hacer lo mismo con los inmigrantes? Así por ejemplo, si la ablación del clítoris practicada a una hija, por ejemplo, o apuñalar a la propia esposa, son prácticas (aunque de diferente grado y tipo si se quiere) de violencia que nuestra sociedad niega y castiga, castíguense como prácticas que contravienen un código pero sin que el inmigrante tenga que ser considerado a priori como sospechoso o proclive a incumplir todos nuestros códigos…

Por otro lado, se argumenta, también, que otorgar la ciudadanía a los inmigrantes podría generar injusticias para los ciudadanos del país receptor pues éstos deberían compartir la riqueza y los equipamientos con los nuevos arribados:

"… los problemas en torno a la inmigración no surgen principalmente por el color de la piel, sino por la disparidad de niveles económicos y educativos, por la competencia en el uso de recursos y servicios públicos, siempre limitados (vivienda social, , educación…), por la existencia de bolsas de delincuencia asociadas a ciertos grupos nacionales… Y bien ¿no sería mejor debatir y atacar con rigor estas cuestiones, en lugar de seguir arrojándose a la cabeza los epítetos de ‘xenófobo’ y ‘racista’? [Joan B. Culla, El País: 9-3-2001].

Aquí convendría separar "riqueza" por un lado y "equipamientos" por otro. En primer lugar por que la riqueza no se comparte, ni con los inmigrantes ni con los propios "nacionales". En cualquier caso, y como mucho, se pagan los impuestos correspondientes que podrían contribuir a financiar o mantener los equipamientos. Más bien parecería lo contrario; no sólo no se va a compartir la riqueza con los inmigrantes sino que los inmigrantes son fuente de riqueza para los que ya la tienen. El caso de El Ejido, entre otros muchos, resulta muy representativo e ilustrativo. El Ejido tiene la renta per cápita más alta de España (Goytisolo y Naïr, 2000).

Por lo que refiere a los equipamientos, supongo que estaremos pensando sobre todo en sanidad, educación y vivienda. Por lo que refiere a la vivienda, al igual que ocurre con los "nacionales", no parece ser un derecho asegurado y constituye, otra vez, una fuente de riqueza, para quien tiene algo que vender o alquilar y la emigración supone una renta posible para lugares y espacios de los que, sin los inmigrantes, díficilmente podría sacarse una peseta por ellos (Martínez Veiga, 1999). En cuanto a la sanidad y la educación (no hace falta precisar que estaremos hablando siempre de sanidad y educación "públicas"), las consideraciones pueden ser más distintas y, además, más complejas.

En efecto, podría hablarse de un "coste" de los servicios que, si no lo sufragan los propios inmigrantes (con sus cotizaciones a la seguridad social y el pago de sus impuestos –ambas cosas posibles si fueran "legalizados" en el trabajo y en la ciudadanía), se supone que lo estarían sufragando los impuestos de todos aquellos ciudadanos que los pagan. Ahora bien, en este punto cabe una reflexión que viene provocada por la nueva ley de extranjería que el Partido Popular ha tenido tanto interés en aprobar. Precisamente, a los inmigrantes, incluso a los "sin papeles" no se les niega el derecho a la sanidad y la educación que, efectivamente, representan un costo económico sino que se les niegan unos derechos que, en principio, no suponen costo económico alguno como el derecho de reunión, de sindicación y de manifestación. El de huelga se les niega también y, obviamente, sí puede representar un costo económico más o menos importante (las pérdidas dadas para El Ejido durante los días de huelga que siguieron a los de la "caza al moro" pueden servir de referencia…). Ahora bien, el costo de la huelga lo sufren en primer lugar, y directamente, los "empresarios" objeto de la huelga e, indirectamente, los consumidores o usuarios. Así pues, parece que si alguna riqueza se defiende no es la de todos los españoles sino sólo la de algunos y, precisamente, la de los beneficiados por la inmigración… De tal modo que parecería que lo que la ley de extranjería ha pretendido no es tanto disminuir la entrada de ilegales sino evitar que éstos se reúnan, se sindiquen y puedan hacer huelga… No sería evitar tanto el costo de unos equipamientos o servicios (escuela y sanidad) que pagarían los españoles de a pie sino los costos derivados de los derechos sindicales y que afectarían principalmente a una clase empresarial más que al conjunto de la ciudadanía…

"El problema de la ola migratoria actual, mucho menor numéricamente que la de otros períodos, no es ni la lengua, ni las mezquitas, ni los hábitos alimentarios. El principal problema es la segregación social de la inmigración. Lo que estigmatiza es la pobreza, el trabajo sin contrato, la falta de papeles, las dificultades para acceder a una vivienda. La ley de extranjería (…) no sólo no resuelve el dramático problema de la inmigración ilegal, sino que obliga a vivir en la clandestinidad a miles de personas, a quienes no se le reconocen los derechos constitucionales básicos (…). ¿qué integración social, qué diálogo cultural, qué deberes se pueden exigir a quienes no tienen los derechos básicos mínimamente reconocidos?. La palabra clave para la integración social de la inmigración no es la ‘identidad’, es ‘ciudadanía’" [Joan Saura, El País: 9-3-2001].


Conclusión

Sin duda, nuestra sociedad contemporánea resulta muy contradictoria y en muchos aspectos, pero, no por ello, deja de llamar la atención que, mientras el gobierno español restringe los derechos democráticos fundamentales a los inmigrantes con el aplauso de muchos ciudadanos, al mismo tiempo, proliferen asociaciones diversas que reclaman, ¡y consiguen! "derechos de ciudadanía" para los animales. Una exposición, celebrada recientemente en Barcelona y con el título Els altres ciutadans lo atestigua. ¡qué paradoja!

A través del "Club de los Gatos", tu ayuda irá directamente a las acciones que estamos desarrollando por nuestra parte a favor de los gatos callejeros (¿¡sin papeles!?), que comprenden, además de otras labores, actuaciones concretas para remediar la pobre situación de los gatos, abandonados a su suerte en la calle, colaborando también en algunos casos con otras organizaciones. Alimentación, adopciones, veterinarios, materiales de propaganda para sensibilizar a nuestra sociedad, etc., son aspectos de una lucha que contemplamos diariamente. Si estás a favor de los gatos, éste es tu sitio" (Fundación Altarriba. Amigos de los Animales: http://www.altarriba.com).

En definitiva, parecería que, en relación a la alteridad, hemos cambiado mucho, y para bien, en relación a la percepción de los animales, pero en relación a nuestros "semejantes", los humanos, estamos exactamente igual que hace más de 500 años, cuando poco después de la conquista del Reino de Granada, Hernando de Talavera, primer Arzobispo de Granada, dirigiéndose a los moros del Albaicín, recién bautizados, les conminara a adecuarse en todos los aspectos a las prácticas de los cristianos, es decir, en el modo de vestir y calzar en su ornamento personal, en sus alimentos y formas de prepararlos, en su manera de caminar, en sus costumbres de dar y recibir y, sobre todo, en su forma de hablar, olvidando lo antes posible su lengua árabe.


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