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RESPONSABILIDADES ÉTICAS DE LA GESTIÓN CULTURAL
(Documento de trabajo elaborado en el marco del laboratorio de Ética e Intervención Cultural)

 

I. INTRODUCCIÓN

1. La ética como reconocimiento de los derechos fundamentales

Entendemos por ética al conjunto de exigencias que deberían orientar la actividad humana. Más allá de la búsqueda de la felicidad y de los intereses más personales, la vida en común y el reconocimiento de unos derechos fundamentales nos obligan a responsabilizarnos de la permanencia de una serie de valores que no son sólo económicos, políticos o culturales, sino valores éticos.

Los derechos referidos a la cultura están recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos, ratificados por la Constitución que dice: "Los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura a la que todos tenemos derecho" (44.1). La libertad, la igualdad de oportunidades y el pluralismo son los valores subyacentes a este precepto fundamental.

Sin embargo, los derechos culturales, en todas sus acepciones, necesitarían un reconocimiento y desarrollo más efectivo, que los convirtiese de "derechos programáticos" a derechos reales.


2. La gestión cultural en el nuevo escenario social

La gestión cultural, por la naturaleza de su objeto, es una gestión especial, más cercana a la sensibilidad y a la vida del espíritu, que a la gestión de otras actividades humanas. Esta especificidad se encuentra hoy delante de una serie de condicionantes derivados de los cambios producidos en el escenario social, que obligan a repensar constantemente el sentido y las responsabilidades de la gestión cultural. El nuevo marco se caracteriza por: 1) interacción de la cultura con el mercado; 2) mayor implicación de la política en los temas culturales; 3) impacto de las tecnologías de la comunicación en todos los ámbitos de la cultura; 4) el fenómeno de la diversidad cultural.

Si los cambios nombrados son una fuente de inseguridad y perplejidades, también pueden serlo de nuevas oportunidades. La expansión de las democracias y el crecimiento económico repercuten en: 1) el crecimiento y la diversidad del sector cultural; 2) el crecimiento de las oportunidades profesionales; 3) una más gran participación en la cultura por parte de los ciudadanos; 4) una serie de posibilidades de dignificar y aumentar la calidad de vida de las personas.


3. La cultura que debemos garantizar

La complejidad del mundo, que representan tanto los peligros como las nuevas oportunidades, hace cada vez más difícil delimitar y definir qué queremos decir cuando hablamos de "cultura". De todas formas, y a pesar de las dificultades, el sentido de la gestión cultural es inseparable de una cierta concepción de qué entendemos por "cultura". Si el gestor no tiene como objetivo la realización de un determinado concepto de "cultura", difícilmente sabrá hacia donde tiene que ir y qué tiene que hacer. Tampoco tendrá argumentos para justificar porque toma unas decisiones y no otras. Cuando decimos que la gestión cultural es una gestión especial, ¿porqué lo decimos? No podemos hablar de los valores de la profesión sin señalar al mismo tiempo la finalidad o los objetivos que querríamos conseguir. La gestión cultural no se justifica sólo por las consecuencias materiales que se le puedan derivar: más equipamientos, más afluencia de público, más diversidad, más lenguas conviviendo en el mismo territorio. La cultura es un bien intangible, estimable independientemente de su utilidad o rendimiento material. Saber difundir y transmitir este valor de la cultura es también parte de las responsabilidades de los profesionales de la gestión cultural.


II. PERPLEJIDADES Y TENSIONES ÉTICAS

La pregunta para las obligaciones éticas es siempre la misma: ¿qué tenemos que hacer? ¿qué tenemos que hacer en un mundo donde los valores éticos no son los únicos ni los prioritarios? Si es fácil que cualquier producto sea visto como una simple mercancía sometida a la ley de la oferta y la demanda, este peligro tiene unas dimensiones más graves cuando afecta al producto cultural. ¿qué tenemos que hacer para evitar que la cultura sea solamente una mercancía? ¿Cómo garantizar el acceso de todos a la cultura? ¿A quién le corresponde determinar qué es cultura y qué no lo es? ¿Cuándo las diferentes culturas tienen que convivir en un mismo territorio, podemos tener criterios unitarios sobre lo que es aceptable y lo qué no lo es? ¿Hay exigencias éticas diferentes para la gestión pública o la privada?

Todas estas preguntas expresan tensiones que se producen y reproducen en la gestión cultural. El objetivo de este documento es plantear algunas de estas tensiones y hacerlas explícitas, más que dar respuestas para resolverlas. Generalmente, las tensiones de que hablamos no tienen una única solución, dependen de las situaciones y de los contextos en que aparecen. Es por esto, que las respuestas deberá darlas cada profesional, haciéndose responsable de la manera de resolver los problemas que se le vayan planteando. Lo más importante es saber justificar las decisiones que se toman, teniendo como criterios últimos los derechos, valores y principios que creemos fundamentales e imprescindibles.


1. Participación y dirigismo

Dice la Constitución que los poderes públicos tienen que promover y tutelar el acceso a la cultura. Este precepto puede dar lugar a una tentación dirigista por parte de los profesionales de la cultura fundamentada en sus conocimientos específicos.

Dos de los valores básicos de las democracias actuales son la participación y el pluralismo. ¿Hasta que punto la gestión cultural tiene que ser participativa y hacer valorar la voz de todo el mundo?

Se entiende, que el gestor cultural debe hacer de "mediador" entre la ciudadanía y la cultura. ¿Es incompatible la mediación con la intervención, o más bien implica la atención exclusiva a una hipotética "demanda"?


2. Demanda cultural y cultura minoritaria

En una sociedad de consumo donde todo parece estar sometido a la misma ley: producir para consumir, ¿es legítimo proteger una cultura o unas producciones culturales minoritarias? ¿Merecen ser protegidas con el dinero de todos?

Un valor indispensable, en un mundo de recursos escasos como es el nuestro, es la sostenibilidad. ¿Podemos hablar de una cultura sostenible? ¿qué elecciones y preferencias debemos hacer? ¿qué cosas tenemos que sacrificar para que la cultura sea sostenible?

La lógica de la cultura, como fenómeno de distinción, juega a la fractura, pero lo tiene que hacer desde un paradigma de igualdad si queremos garantizar el derecho a la cultura para todos.


3. Los medios y los fines

El objetivo final del gestor tiene que ser que la cultura llegue a todos. ¿Llegar a todos es sinónimo de rebajar la exigencia cultural? ¿Es legítimo utilizar cualquier medio para alcanzar este objetivo? ¿Es legítimo instrumentalizar, estandarizar, banalizar la cultura para hacerla más accesible?

El producto y el proceso, el qué y el cómo, son cosas diferentes, pero no tienen que ser tan contradictorios para que los medios hagan olvidar los fines.


4. El corto y el largo plazo

Los ciclos políticos, así como la dinámica del mercado, intervienen inevitablemente en la administración de las políticas culturales. Pero es difícil o imposible hacer una buena gestión cultural pensado únicamente en los resultados a corto plazo. ¿Cómo evitar que la exigencia de resultados inmediatos determine el sentido de la gestión?

La buena gestión cultural no solamente tiene que mirar el corto plazo, sino que debe de tener amplitud de visión, aunque esto obligue a sacrificar resultados inmediatos. Se deben coordinar los diferentes proyectos culturales más allá de las ideologías o los partidismos que los promueven, para conseguir una gestión más eficaz prudente y económica.


5. Integración y diferencia

La atención a la diversidad obliga a ver la gestión cultural no solo como gestión de la cultura, sino como gestión de las diferentes culturas. El acceso a la cultura, como derecho, se amplía con el derecho de todas las culturas a ser reconocidas. ¿Cómo se tiene que entender este derecho? ¿Están reñidas la integración en una cultura común y el respeto a las diferencias?


6. Localismo y cosmopolitismo

Uno de los valores intrínsecos a la cultura es la capacidad de producir cohesión social y fortalecer la comunidad. Al mismo tiempo, la producción cultural tiene la pretensión de transcender el localismo. ¿Cómo conseguir que la cultura no permanezca en el territorio y se proyecte hacia el exterior?

El respeto a las diferencias y la universalidad son dos exigencias que la gestión cultural debe de saber hacer compatibles.


7. La gestión cultural, servicio público

Las diferencias que pueden haber entre la gestión pública y la privada no deberían afectar la calidad de servicio público que la gestión cultural, pública o privada, tiene que saber mantener. Gestionar la cultura, venga de donde venga el dinero, siempre será un servicio público.

La capacidad de servir al ciudadano es el primer indicador de la calidad cultural, si pensamos que la intervención cultural tiene como objetivo mejorar la calidad de vida de las personas.


8. Gestión cultural pública y privada

Mientras el acceso a la cultura sea un derecho fundamental, los poderes públicos lo tienen que garantizar. La función de la gestión pública es la de garantizar este derecho, es decir, asegurar todos aquellos servicios que difícilmente serán asumidos por la gestión privada.

Las obligaciones éticas y jurídicas son las mismas para la gestión pública y para la privada. Aquella, pero, tiene que tener más claras cuales son sus finalidades y sus límites en la administración del dinero público.


9. Cultura y rendimiento

Los recursos culturales no se pueden dosificar en términos de rendimiento puramente económico. Tienen, sobre todo un rendimiento social y personal. Es por esto, que valores como el de la competencia o la eficacia sólo parcialmente son atribuibles a la gestión cultural.

La dependencia del mercado ha instaurado una nueva censura: la censura económica. Es la censura propia de las sociedades liberales. ¿Cómo defenderse para que esta censura no acabe determinando la gestión?


10. La audiencia y la excelencia

Los medios de comunicación, especialmente los audiovisuales, son un elemento imprescindible, pero pueden ser distorsionadores del producto cultural. De la misma manera que hemos señalado la necesidad de mantener un equilibrio entre participación y dirigismo, también tenemos que mantener el equilibrio entre las hipotéticas demandas del público y un sentido de la excelencia que no conviene ignorar.


11. Contenidos y contenedores

La subordinación al mercado y a la sociedad mediática tiende a valorar más la apariencia que la realidad, más los contenedores que los contenidos. Cuesta levantar edificios –museos, bibliotecas, teatros, centros cívicos-, pero mucho más difícil es llenarlos de contenido y velar por su mantenimiento. Vincular estos dos aspectos es también tarea y responsabilidad de los profesionales de la gestión cultural.


12. Burocratización e independencia de los profesionales

La burocratización de los servicios es una consecuencia del estado del bienestar, pero es contradictoria con la creatividad, que debería ser un atributo básico de la cultura. Una buena gestión cultural tendría que saber ser flexible e innovadora frente la inercia burocrática.


13. Profesionales y organizaciones

Una consecuencia del punto anterior es la subordinación del profesional a la organización. Dada la extensión y complejidad de muchas organizaciones, ¿hay suficiente espacio para la autonomía profesional? ¿Cómo tendría que ser este espacio?


III. CONCLUSIONES

Las tensiones y perplejidades han sido abordadas no con ánimo de dar respuestas o recetas que las resuelvan. Más bien son motivos para la reflexión, interrogantes o inquietudes que un buen profesional no debería obviar. Quizás la responsabilidad de la gestión consiste en saber mantener las preguntas y las inquietudes, sin que desaparezcan delante de los conflictos, y teniendo en cuenta tres convicciones básicas:

1. La responsabilidad ética se expresa en la tensión entre lo que es y lo que debería ser. No perder la dimensión de un deber ser, nunca realizado del todo, introduce un ingrediente utópico en la actividad profesional (un techo que no se alcanza nunca, pero que invita a la autoemulación) y exige una evaluación continua de lo que se hace.
 
2. La cultura es un servicio al ciudadano que contribuye a la creación de opinión y a estimular las actitudes críticas. Este objetivo es contrario a la complacencia con las tendencias y el pensamiento mayoritario o con el políticamente correcto.
 
3. El derecho al acceso a la cultura es un derecho social que no tiene el reconocimiento ni las garantías que merece. El profesional de la cultura tiene que contribuir a hacer más efectivo este derecho.


Laboratorio de Ética e intervención cultural
Barcelona, octubre 2002