EL
DOMINGO EN VIERNES
Josep
Ramoneda, director CCCB
Texto
de la ponencia
Barcelona, 27 noviembre 2001
Con la ética nos pasa lo mismo que al pez con el agua: sólo nos acordamos cuando la echamos de menos. Cuando se habla del tema es porque se tiene la sensación de que hay crisis de valores o porque hay sobredosis de valores y uno no sabe como orientarse o porque hablar de ética es la mejor coartada para seguir actuando sin ética. Dado que creo que de valores hay muchos, pienso que son las dos otras hipótesis las que se deben seguir. Y yo me pregunto, ¿qué echáis de menos que os haga hablar de ética y gestión cultural? Porque esta preocupación me parece sintomática. En todos los gremios hay un momento en que alguien propone hablar de ética y generalmente es cuando hay síntomas evidentes de que ya ni se guardan las formas. Y generalmente siempre acaban igual: con un código deontológico y con una comisión de Ética.
Es posible, como decía Victória Camps, que el proceso de elaboración del código dé lugar a debates interesantes. Pero mi experiencia - en la prensa, por ejemplo- es que un vez aprobado pasa rápidamente al olvido y las comisiones de ética caen por su propio peso cuando se verifica que una cosa es amonestar a un becario y otra a un director de periódico o a un articulista conocido. Yo desaconsejo vivamente los códigos éticos (y comisiones adyacentes) por cuatro razones: porque creo que de normas sobran, hay demasiadas leyes (lo que se tendría que hacer es aligerar el corpus legal) sólo falta que le añadimos normativas éticas de obligación colectiva; porque creo que la ética es una cuestión de consciencia individual y la normativa democrática se tiene que parar en la ley; porque la moral no se puede hacer por consenso ni por mayorías; y porque es imposible - y probablemente antidemocrático- ponernos de acuerdo sobre el bien. Lo máximo que podemos hacer es ponernos de acuerdo contra el mal. Y el mal en cultura sigue siendo el de siempre: la ignorancia, la superstición y el oscurantismo.
¿Qué inquietud hay en el sector cultural que haga hablar de ética? En principio las exigencias éticas de la gestión cultural no me parecerían demasiado diferentes de las de cualquier otro sector de gestión (y forman parte del legado social común: no poner las manos en la caja, no dar gato por liebre, no explotar indebidamente a la gente que está a tus órdenes, ser respetuoso con la libertad de expresión de cada uno, no hacer un uso sectario de los cabales públicos, no robar las ideas a los otros, etc.) La inquietud sobre estas cuestiones no creo que merezcan un debate público del sector, a fin de cuentas es un debate general y que normalmente tiene que ver no con la ética, sino con el código penal.
Hurgamos un poco en lo que pueda tener de específico la relación ética - gestión cultural. Es decir, ¿el elemento diferencial - la cultura - lleva alguna obligación distinta de otras formas de gestión? Todos tendemos a pensar que lo que hacemos nosotros es mejor y más importante que lo que hacen los otros. Y por tanto, aquí, en gremio, enseguida nos pondríamos de acuerdo para decir que los productos de la cultura van directamente al espíritu, de forma que no es lo mismo que gestionar comida o gestionar ropa. Afirmación que no sé si resistiría un análisis serio, porque vendiendo gato por liebre en una tienda de alimentación se puede contaminar un barrio y en cambio vendiendo cultura se necesita mucho tiempo y mucha constancia para producir efectos contaminantes serios.
Pero por esto pensamos que la cultura tiene que ver con el espíritu y el lenguaje del espíritu es el de los valores. ¿Qué valores? Aquí la cosa se complica y se desenfoca porque precisamente en la medida en que tiene que ver con los valores la pregunta "¿cuales?" se hace muy delicada. No queramos andar por atajos, pues, y preguntémonos: ¿La cultura son valores? La cultura juega un papel destacado en la creación de lo simbólico. Hay símbolos que sirven para cohesionar una sociedad o un grupo y hay otros, a veces los mismos, que sirven para rebelar la exigencia normativa, para reforzar el super- ego tanto individual como colectivo, los primeros son mitos - si nos entendemos al uso generoso de la palabra que hacía Roland Barthes, los segundos son valores.
El afán desmitificador de la modernidad nos había hecho funcionar con un sistema de mitos y valores secularizado, articulado alrededor de la idea: una nación - una cultura - una lengua - un estado. Un sistema de referencias claras, al que ya nos habíamos acostumbrado, pero que no ha soportado la presión de los procesos de interrelación mundial. Parecía que empezábamos a abrirnos, que entrábamos de verdad en una sociedad abierta, que la segunda religión laica (la que separa lengua, cultura, estado y nació) era posible, pero nos rebota en forma de multiculturalismo. Habíamos dado un paso hacia delante, se empezaba a reconocer que una sociedad puede significar varias culturas que nos permitía afirmar el pluralismo y de golpe, volvemos atrás con el multiculturalismo. El multiculturalismo es el cruzamiento de dos actitudes que en el fondo son la misma, lo único que cambia es si nos lo miramos desde el conjunto o desde la parte: Desde el conjunto: Fragmentar la sociedad en muchas comunidades que se segregan de la sociedad, por lo cual estamos creando un sistema de compartimentos estancados, cada vez más incomunicados entre ellos. Y esto, es el multiculturalismo, que caricatura - las caricaturas señalan los rasgos más significativos del personaje- es la situación de los Balcanes, una sociedad completamente fragmentada, con grupos perfectamente homogéneos en su interior, perfectamente asumibles por sí mismos, pero cada vez más incapaces de comunicarse, más faltados de protocolos de comunicación. Desde la parte: delante la realidad de la diversidad cultural, hacerse fuerte con una comunidad y confundir esta comunidad con la sociedad, forzando que las dos se correspondan homogéneamente. Es la solución nacionalista radical o religiosa fundamentalista. La caricatura vuelve a ser el caso balcánico, aun que visto desde la otra parte. Una de las peculiaridades del multiculturalismo moderno es que llega hasta al multiculturalismo de género y el naturalista: de forma que se acaba convirtiendo una parte (el género o la conservación de la natura) en todo. Esto es lo que hace decir a Alain Finkielkraut que "el multiculturalismo es el grado cero de la cultura, el valor de una obra ya no procede de su belleza, de la novedad que introduce al mundo o de la capacidad de iluminar aquello oscuro, sino de la representatividad social y cultural". Y es que, paradójicamente, el pluralismo es universalista y el multiculturalismo es relativista.
Por lo tanto, debemos confiar que este obstáculo el proceso hacia la sociedad pluralista sólo sea un episodio de transición. Un episodio que expresa las cosas no pasan porque sí- el malestar de la sociedad por la aceleración en los cambios que se han producido en los últimos años. Y probablemente es lo que hace que hablar de ética esté de moda: fruto de un desconcierto, de la sensación de que el suelo sobre el que estábamos instalados de repente se mueve, no es tan sólido como nos habíamos pensado. Con lo cual me permito suponer que vuestro interés por la ética no es debido a que de golpe se haya producido un aumento espectacular de la corrupción y la criminalidad en el sector de la gestión cultural, sino a que participáis de las mismas inquietudes que el resto de la sociedad.
¿Qué quiere decir esta acceleración? Que ahora se ha visto temblar los elementos referenciales - mitos y valores- que nos habían dado seguridad y confianza, que nos servían de brújula, de orientación. En un proceso que UlricK Beck ha descrito con tres categorías: sociedad del riesgo, modernidad reflexiva y individualización. La sociedad del riesgo nos impone negociar de forma sistemática los azares y las inseguridades inducidas y introducidas por la propia modernización": el mundo, con las nuevas tecnologías, con la globalización - de la que la globalización del crimen es pionera como ya ha pasado en otras fases de mundialización del sistema- y con la pérdida del orden de la guerra fría se hace mucho más imprevisible. Los descarrilamientos de la modernidad nos obligan a la racionalización de la racionalización, la primera modernidad nos tenía que liberar de la ignorancia y de la superstición y ahora tenemos que luchar contra nuevas formas de ignorancia i de superstición. La individualización supone pérdida del sistema de referencias -estado- nación, trabajo, cultura de clase, familia, imagen del enemigo- que había dado estabilidad y sentido a nuestras biografías. Sennett ha hecho la poética de este cambio. Y Emanuel Todd ha señalado alguna cosa que no podemos olvidar: la emancipación individual absoluta aún no es posible hoy por hoy, el ciudadano necesita aún pertenencias, lugares de referencia colectiva.
Si he hecho todo este camino es sencillamente para decir os dos cosas principales y tres de aparentemente menores, pero quizás de más relevancia práctica:
Las principales:
a) Una de las funciones básicas de la cultura tiene que ser contribuir a la creación de protocolos de comunicación, que es el tejido de la sociedad pluralista, la única forma de romper las inercias segregacionistas de las pulsiones multiculturalistas.
b) Para mí, hay una exigencia ética específica de la cultura, es luchar contra el relativismo de los que piensan que todos los valores son iguales. No es verdad. Hay valores universales - la libertad, el primero. Y la cultura no puede ser nunca una coartada para el crimen, sea lo que sea: desde el maltrato de las mujeres hasta la exclusión étnica. Y es a partir de este principio que se lucha contra los enemigos mortales de la cultura: la ignorancia, la superstición y el oscurantismo.
Las menores:
a) La gestión cultural, sea desde una institución pública o privada tiene que ser entendida como servicio público, en el sentido más noble - de responsabilidad hacia el conjunto de la sociedad - de la palabra en su tradición republicana.
Es condición de la cultura mantener siempre vivo el sentido crítico y la crítica bien entendida empieza por uno mismo.
b) No se tiene que perder nunca de vista un criterio: la calidad. Un criterio difícil porque siempre tiene una dimensión subjetiva, porque las instituciones calificadoras del saber y la cultura no son ajenas a los juegos de intereses (la rarefacción que mantiene la cultura como privilegio de unos pocos); y porque la calidad puede ser argumento para el despotismo cultural, como hemos visto en grandes mandatarios aquí y fuera de aquí. Pero la calidad debería ser la primera preocupación.
Últimamente se habla mucho de los derechos culturales, en plural, como derechos colectivos. Yo, que parto de que los derechos son individuales (aun que para conquistarlos siempre han sido necesarias luchas colectivas), no he entendido demasiado bien lo que los derechos culturales significan. No veo qué derecho cultural puedo tener que no esté entre la lista de mis derechos civiles: la libertad de expresión, de creencia, de asociación, etc, etc. Pero, lo que sí que no acepto es que los derechos culturales sean una protección para justificar en nombre de ellos, cualquier violación de los derechos individuales.
Y dicho esto, no veo demasiadas otras cosas en que la ética de la cultura tenga que ser diferente de la ética general. Sólo me atrevería a señalar una cosa: la cultura, precisamente porque trata con lo simbólico, no puede ser muerta, burocrática, triste. La cultura pide un pathos, una implicación con lo que se hace. I cuando esta implicación no está, no dudéis, se nota.
Dejadme decir, para terminar, con tono menos transcendente. Un joven filósofo escandinavo, Pekka Himanen, ha publicado un libro sobre la Ética hacker. Himanen recuerda como antes de la reforma, en la cultura cristiana, el trabajo era un castigo divino y el domingo era el gran día de la semana en que, como Dios, nos permitíamos descansar. Y recuerda también, como Weber explicó ya hace tiempo, la importancia de la ética protestante para desarrollo del capitalismo, una ética que no sólo redimió el trabajo, sino que lo convirtió en el objetivo principal de la vida del ciudadano, determinando de su biografía, su reconocimiento, su estar en sociedad. Una ética de viernes, dice Himanen. Pues bien, según él, los Hackers están desdibujando las fronteras entre trabajo y ocio, y están construyendo una ética de domingo en viernes. Quizás pueda ser un buen eslogan para una ética de la cultura.
Documento
presentado en el Simposio " Ètica i intervenció cultural"